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venerdì 1 maggio 2009

El difícil arte de ser macho


Está comprobado estadísticamente que los hombres morimos antes que las mujeres. Mire a su alrededor y lo comprobará. En los viejos matrimonios usualmente el hombre muere y la mujer lo sobrevive, en ocasiones hasta veinte años.
Siempre me ha inquietado eso por la sencilla pero contundente razón de que a mí me toca morirme primero y abandonar la fiesta.
De ningún modo deseo que las mujeres mueran primero. Válgame Dios. Pero tal vez los hombres pudiéramos intentar durar un poquito más, porque lo cierto es que la fiesta comienza a ponerse buena cuando uno tiene sesenta años más o menos.
Es decir, cuando uno ya se jubila, los hijos al fin dejaron de ser horriblemente adolescentes, ya uno tiene serenidad y experiencia para disfrutar los placeres más simples y cotidianos de la vida, porque a esa edad ya nadie aspira a las proezas de todo tipo que pretendió realizar o realizó entre los 20 y los cincuenta y pico.
Confieso que llevo años pensando en el asunto y, por supuesto, he hablado mucho del tema con la gente más diversa. Al parecer todo el mundo coincide en que el hombre se desgasta más. El hombre moderno se exige demasiado a sí mismo y por eso se acarrea los infartos y lo demás.
Hay otra hipótesis en boga, de carácter bioquímico: la mujer está mejor preparada genéticamente que el hombre. Y puede ser. En definitiva, la mujer es una maravillosa fábrica de vida.
Por ahora los científicos no dicen la última palabra. Pero me inclino a pensar que en el asunto puede haber un poco de bioquímica y mucho de desgaste excesivo y autoexigencia del hombre.
Creo que es un problema de organización de la sociedad moderna. No sólo en el Tercer Mundo. Hasta en Europa y Norteamérica –que supuestamente van delante– sucede lo mismo: el macho no recibe tregua. Desde que nace hasta que muere le inyectan en la cabeza que “el hombre es el sostén de la familia”, que “el hombre es el que tiene que traer la comida a la casa”, y que “los machos no lloran”, que “los hombres tienen que ser fuertes y valientes, nada de cobardía”.
A mi modo de ver ahí está el origen del problema. Es muy difícil ser macho: tienes que ser físicamente fuerte, no puedes llorar, siempre tienes que poseer dinero en el bolsillo, sexualmente tienes que ser el uno, porque ese es un campo muy competitivo para algunas mujeres.
No te puedes dar el lujo de estar un día triste, alicaído, depresivo. En la casa debes ser además de buen padre y esposo, carpintero, plomero, albañil, mecánico, electricista, etc., o corres el riesgo de que te acusen de inútil y vago.
En fin, conozco mujeres que una vez viudas se arrepienten de todo lo que le exigieron al marido a lo largo de su vida y hasta tienen complejo de culpa porque el hombre murió con el corazón reventado.
Una vecina, de 68 años, es irremediablemente peor. Perdió al marido hace unos meses y me confiesa que a veces lo invoca para reprocharle que se murió sin arreglarle unas ventanas y sin reparar y pintar algunas paredes descascaradas. “Un hombre que sabía hacer de todo, y por vago me dejó sin terminar de hacer esos arreglitos”. Parece un chiste, pero juro que es rigurosamente cierto. Espero que ella no lea esta crónica.
Así las cosas, hay que dejar que las mujeres asuman cada día más responsabilidad, y no creernos tan importantes. Y digo responsabilidad pensando en grande: hasta dejarles el gobierno de las naciones. Que asuman todo el poder. En definitiva, los hombres gobernando durante siglos hemos acarreado al mundo guerras, hambre, miseria, contaminación y todo tipo de problemas e insensateces. Así que no debemos estar orgullosos porque nos ha salido bastante mal.
Hay que aprender de ellas. Yo por lo menos cada día aprendo más de las mujeres que me rodean y trato de ser menos macho y más hombre.

Pedro Juan Gutiérrez

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